En las ambiciones de sus aspirantes, el actual partido en el poder encuentra a su más íntimo enemigo. Como resultado de su enfrentamiento, los adversarios políticos y sus aliados en la prensa mexicana ahondan las fracturas con la esperanza de alterar el rumbo de un proceso electoral que el actual gobierno sólo puede perder bajo dos condiciones correlativas: un escenario catastrófico que le lleve a una acentuada caída en su popularidad y aunado a lo anterior, una ruptura interna que fortalezca la hasta ahora improbable construcción de un frente unido opositor.
En cualquier caso, lo anterior tiene su núcleo en el presidente Andrés Manuel López Obrador. Semejante a lo que sucedió en 1994 con el gobierno de su “antítesis”, el ex-presidente Carlos Salinas de Gortari, la popularidad del actual gobernante de México dispone un virtual escenario de reelección indirecta. Dicho escenario además se ha visto fortalecido por los prometedores resultados que en fechas recientes arroja su administración en materia económica, lo que aunado a una fuerte base social dependiente de su política populista de fuertes apoyos y programas asistenciales, dan como resultado que un amplia mayoría de los electores mexicanos quieran que continúe el proyecto de la auto-denominada “Cuarta Transformación”.
En dicho sentido, el aspirante que surja del proceso interno del partido en el poder, no sólo contará con amplias posibilidades de triunfar en los próximos comicios, sino que el triunfador de dicho proceso habrá de ser el que se perciba más cercano(a) al presidente de la República. Tácitamente, como decíamos, se trata de un escenario afín a la reelección, lo que en concreto significa la reelección del lópezobradorismo. De ahí que lo más importante para el partido Morena, será emerger ileso de su actual proceso interno de selección.
Esto último, sin embargo, se ha vuelto complicado. A quien fuera por mucho tiempo el sucesor natural de Andrés Manuel López Obrador, Marcelo Ebrard Casaubón, actual ex-canciller de la República Mexicana, lo rebasó una científica de estrecha cercanía y probada lealtad con el presidente como es Claudia Sheinbaum Pardo, actual ex-gobernante de la capital del país.
Ebrard Casaubón, un estadista nato, con amplia experiencia y presencia en la comunidad internacional y quien fuera además el eje que mantuvo a flote el gobierno de López Obrador durante la crisis del Covid-19, así como ante las presiones de los Estados Unidos y los desaciertos del actual gobierno ante la comunidad internacional (como fue el caso de la crisis de Ucrania), terminó siendo víctima de sus orígenes políticos.
Ebrard nunca fue un hombre identificado con la izquierda mexicana, en su momento concentrada junto con López Obrador en el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y actualmente en Morena. Los orígenes de Ebrard de hecho lo ubican en la antítesis de la izquierda. Junto con su mentor en la política, el fallecido Manuel Camacho Solís, Ebrard fue parte del equipo del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari entre 1988 y 1994.
A dicha administración, clave en la historia reciente de México, se debe el acceso del país a una economía de libre mercado con sendos tratados económicos (entre ellos, el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá), así como la construcción de sus instituciones democráticas; en ese momento, un requisito indispensable del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial para apoyar la transición económica de México.
Aunado a lo anterior, el régimen de Carlos Salinas de Gortari se caracterizó por la creación de la actual clase económico-productiva de México, por replantear las relaciones iglesia-estado y por una política de amplios apoyos sociales diseñados, en su momento, para soportar el peso de la transición económica pues era un hecho que luego de la apertura, la economía interna sería abatida por la mayor productividad del mercado exterior.
No obstante el abrumador impacto de las reformas, la base de apoyos sociales aunados a una estabilidad cambiaria y de precios derivada del denominado “Pacto Solidaridad” –resultante de la comunidad de intereses entre el gobierno y su naciente clase económico-productiva–, impulsó el rápido crecimiento de la economía mexicana. Al final, el éxito del proyecto de Carlos Salinas de Gortari quedó de manifiesto con una aprobación del 78% de popularidad entre la población, según cifras de Louis Harris, Indemerc.
El proyecto salinista, sin embargo, encontró su punto de quiebre al interior de su propio partido; el hasta entonces casi monolítico Partido Revolucionario Institucional (PRI). Dicha institución de corte autoritario, no podía mantenerse ajena a las transformaciones, lo que hizo que Salinas impulsara una reforma que pretendía transformar la estructura sectorial del partido en una estructura territorial afín a la diseñada desde el gobierno con la creación de la Secretaría de Desarrollo Social; promotora de la administración de los programas sociales en México. Semejante cambio significaba, de hecho, la erosión de los antiguos poderes del PRI derivados de la revolución mexicana de principios del siglo XX y que, en su momento, sirvieron para dar estructura y gobernabilidad a un país despedazado por sus liderazgos regionales o caciques.
Dicha reforma, sin embargo, no llegó a prosperar y en su lugar, se impuso la convivencia entre ambos modelos; el territorial de Salinas y el sectorial del PRI. No obstante, quedó en claro para los antiguos poderes que las transformaciones impulsadas por el salinismo los habían alcanzado y que el proyecto entero constituía una amenaza para su supervivencia. Fue así que al final del mandato de Carlos Salinas de Gortari en 1994, su modelo de transformación económica y social enfrentó las más serias amenazas a su continuidad.
Dicho año se caracterizó por la rebelión y el magnicidio, en principio, con el surgimiento de las guerrillas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas y posteriormente, del Ejército Popular Revolucionario en Oaxaca. Ambos movimientos, pero principalmente el primero, pusieron de relieve a los olvidados por el liberalismo económico de corte salinista; los estados más pobres del país, Chiapas en primer lugar a través de los discursos del llamado Sub-comandante Marcos, hicieron patente al mundo la presencia de los “sin voz”, todos aquellos que no tenían porvenir alguno bajo un modelo económico que pretendía la homologación de las diferencias sociales y culturales a escala global.
Por otro lado, al interior del PRI tuvieron lugar los homicidios de Juan Francisco Ruiz Massieu, cuñado del presidente Carlos Salinas de Gortari; así como el de su sucesor, Luis Donaldo Colosio Murrieta. Este último, luego de un inicio desafortunado y de verse como un candidato gris e impopular, alcanzó relieve a nivel nacional por enfrentarse al modelo autoritario de la política mexicana. Al mismo tiempo, al interior del grupo de Carlos Salinas de Gortari, Manuel Camacho Solís, pieza clave de las negociaciones con la oposición, se sintió desplazado por Colosio y pugnó por un relevo en la candidatura de su partido.
Semejante a lo que ahora sucede con Ebrard, Manuel Camacho fue el eje para la estabilidad del gobierno de Carlos Salinas; no sólo después del escandaloso fraude que lo llevaría al poder en 1988, sino mediante las negociaciones con el EZLN. Dicho perfil estadista y negociador, constituyó de hecho, paradójicamente, la fortaleza y debilidad de Manuel Camacho Solís. A la luz de asesores de la presidencia, entre ellos, Jean Marie Córdova Montoya, Manuel tenía demasiada autonomía y no daba las suficientes garantías de lealtad al presidente Salinas.
Dicho criterio, si bien terminó por encumbrar a Luis Donaldo Colosio a la candidatura, quedaba en evidencia no sólo con su posterior reacción y aparente rebelión contra Salinas y el PRI, sino con la propia distancia que el propio presidente había adquirido frente a su partido, que México vivía tiempos de confrontación; en otras palabras y como una diferencia fundamental con el presente, no era la cercanía doctrinal, sino la “sana distancia”, lo que constituía la mejor garantía de continuidad para el régimen.
Por lo pronto, las aparentes dudas de Salinas ante el terrible inicio de campaña de Colosio y de ahí, su presunta inclinación por el cambio de candidato, fortalecieron la ya de por sí reconocida figura pública de Manuel Camacho, quien lejos de la tradicional disciplina priísta, emprendió una oposición abierta y desaforada frente a Colosio. Como resultado, luego del asesinato del candidato del PRI en el barrio de Lomas Taurinas, Tijuana, en el fronterizo estado de Baja California, tanto Carlos Salinas como Manuel Camacho, pero principalmente este último, sería indiciado públicamente como el principal sospechoso del crímen.
La bala que mató a Luis Donaldo Colosio, por lo tanto, eliminó de facto a dos hombres y debilitó por entero los cimientos de un proyecto político, social y económico que terminaría entregando el poder a la oposición seis años más tarde. En su momento, el resto de los miembros más calificados del equipo del presidente Salinas, quedaron inhabilitados por ley para aspirar a la candidatura y sólo Ernesto Zedillo Ponce de Léon, quien había renunciado en tiempo para integrarse a la campaña de Colosio, podía representar el proyecto.
Si bien la popularidad y el éxito de la administración de Salinas de Gortari sirvieron para que, no obstante el terrible escenario de 1994, Ernesto Zedillo alcanzara la presidencia, lo cierto es que el daño estaba hecho y era más profundo de lo que podía juzgarse a simple vista; se trató de un victoria pírrica que representaba el ocaso más que la consolidación del proyecto salinista. Todo ello dejó una amarga lección que no obstante ahora, parece haberse erosionado de la memoria de los mexicanos.
Marcelo Ebrard Casaubón, quien fuera mano derecha de Manuel Camacho Solís, emprende su propia rebeldía; una reacción semejante a la de su mentor, aunque en esta ocasión, en contra de Claudia Sheinbaum y del presidente Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, a diferencia de 1994, el presidente no parece tener ninguna duda sobre el proceso de sucesión y Claudia Sheinbaum es además, una mujer plenamente identificada con la izquierda, lo mismo que con el proyecto político del actual gobierno. Más aún, Sheinbaum carece de antecedentes políticos fuera del lopezobradorismo y si bien permanece distante de éste en algunos puntos, principalmente por su formación como ingeniera ambiental, su visión se encuentra totalmente inclinada hacia la izquierda “transformadora”.
Asimismo Sheinbaum no es una candidata gris como lo fuera en sus inicios Luis Donaldo Colosio. Por el contrario, la ex-gobernante de la capital de México se ha convertido en una política ampliamente popular y que se ha apropiado oportunamente del discurso de género, del discurso ambientalista y del discurso de la diversidad social y étnica de la izquierda, no obstante cabe reconocer que adolece de la experiencia y la proyección internacional de Marcelo Ebrard.
Al final, el hecho crudo es que tanto Sheinbaum como Ebrard ganarían fácilmente la disputa en contra de una oposición estéril de proyecto, sin figuras destacadas y virtualmente hecha cenizas por los errores del pasado. De ahí que, de alguna forma semejante al pasado, sólo la lucha interna podría poner en entredicho la continuidad del actual proyecto de gobierno.
Esto último coloca a Ebrard en riesgo de cometer los mismos errores de su mentor. Ebrard no parece darse cuenta que tanto él como Sheinbaum, se han convertido en los pilares que sostienen el futuro de la autodenominada Cuarta Transformación. En dicho sentido, hoy más que nunca, sumar y multiplicar resultará clave para el destino del lópezobradorismo y recae en Ebrard, antes que en Sheinbaum –quien se presenta hasta el momento como la ganadora del proceso interno–, la decisión crítica de fortalecer al régimen o debilitarlo hasta el punto de ponerlo en entredicho a largo plazo.
Finalmente, desde el exterior de Morena, muchos saben de las lecciones históricas que dejó el año de 1994, pero utilizan su sombra para incubar la desconfianza antes que el aprendizaje y alentar las débiles aspiraciones de una aspirante (Xóchitl Gálvez) surgida más por la necesidad de copiar el modelo de Morena que por ser una candidata viable y menos aún, un verdadero prospecto para la presidencia. En este sentido, el artículo de Raymundo Rivapalacio “No queremos otro Colosio”, tiende a propagar de manera infundada los demonios de 1994 y todo ello en favor de la derecha conservadora.
En su artículo, Rivapalacio no sólo califica a Xóchitl Gálvez como “la aspirante más sólida a la candidatura presidencial de la oposición” –una cualidad que sólo existe en la imaginación del periodista pues no hay cifra alguna que así lo revele–, sino que acusa al presidente López Obrador de estar “creando las condiciones objetivas para que asesinen a su inesperada adversaria”.
Se trata de una postura escandalosa e infundada, pues no sólo Gálvez no constituye amenaza alguna para el proyecto de López Obrador, sino que en sí misma adolece de la proyección, la autonomía y la visión de gobierno que caracterizan a sus adversarios y que, en su momento, llegaron a distinguir a Luis Donaldo Colosio. Todo ello la reduce a una aspirante menor, una suerte de títere del conservadurismo, el cual pretende competir con Morena en su propio territorio y alcanzar así, alguna mínima esperanza electoral; esto es, sumar adeptos mediante la imagen de una mujer en apariencia cercana a la base indígena y popular, aunque de manifiesto contraria a la política social del actual gobierno.
La confrontación en que el presidente y la propia Claudia Sheinbaum involucraron a Xóchitl Gálvez, fueron en realidad los únicos catalizadores de su “popularidad”. Por tal razón, el conservadurismo trata de mantener dicho enfrentamiento a toda costa, avivando el fuego de la polémica hasta el punto de tratar de sembrar una descabellada teoría conspiratoria como la que presenta Raymundo Rivapalacio.
De hecho, en la actualidad no hay ningún signo que ponga en alerta la seguridad de Gálvez y lo mismo sucede con el resto de los aspirantes. Los exabruptos, insultos y molestias que puedan llegar a enfrentar en sus giras, no son sino la consecuencia natural de campañas que se desarrollan de cara a la gente. De hecho, tanto la propia Sheinbaum como Adán Augusto López y el mismo Marcelo Ebrard han tenido que enfrentar diferentes expresiones de inconformidad.
Si bien es cierto que la cercanía con la gente siempre será un riesgo latente para la seguridad, el mismo es el precio que enfrentan a diario no sólo los actuales aspirantes, sino distintas figuras a nivel nacional e internacional que por cierto, también tienen antecedentes en el tema de las amenazas y hasta sus respectivas teorías conspiratorias; tal es el caso del Papa Francisco, famoso por rehuir a sus dispositivos de seguridad.
En todo caso, no existen en México evidencia alguna de conspiración, ni ésta es alentada por el discurso del presidente López Obrador que, en todo caso, sólo comete el error de inflar las expectativas de sus adversarios. De ahí que, si se analiza con seriedad la terrible experiencia de 1994, un evento catastrófico como el homicidio de Colosio en 1994, sólo favorecería a mediano plazo a la oposición. En este sentido, los mayores riesgos no apuntan al PAN, sino a Morena y en la mira no estaría simplemente un individuo, sino la continuidad de un proyecto político por entero.